A pierna cambiada

Mucho antes de que Cruyff popularizase sus extremos a pierna cambiada, el diestro Paul Breitner se hacía estrella en Munich jugando de lateral izquierdo como después haría Philip Lahm. Breitner fue un jugador fascinante de los 70 que se declaraba maoísta y que trajo Bernabéu a Madrid para convertirlo en mediocampista con llegada. Aquí la mejor jugada que se le recuerda fue dar medio millón a unos obreros en huelga; tras dos años volvió a Alemania con su pelo afro y su barba revolucionaria. En su libro Futbolistas de izquierdasQuique Peinado cuenta que se la afeitó para promocionar una loción y que terminó admitiendo que su izquierdismo posando con fotos del Che era postureo artístico; ese fenómeno se dio también en España y desembocó en lo que hoy conocemos como liberalismo.

De los extremos de Cruyff aterrorizaba el desconcierto. Un lateral se topaba de repente con Stoichkov y daban ganas de decirle: «Oye no, a tu sitio, que a mí me toca Korneyev». Era como verlos conducir en Londres. La jugada normalmente rompía en tiro con la pierna buena, pero en la tensión que producía eso, con la defensa tirándose sobre el balón como si fuese una mina, el extremo solía soltarla y organizar en otro lado una escabechina en soledad. Los jugadores a pierna cambiada parten siempre con desventaja, pero si triunfa el primer regate se les ilumina el campo en un callejón, el del 8, que explotaron en dos jugadas de cierta fama Maradona y Messi.

En el Bernabéu Cristiano suele acomodarse en la banda contraria como un león buscando sombra, a veces para echarse a afilar las uñas y otras para hacer de aquello un Dogville en el que ejerce de Nicole Kidman trasteado a patadas antes de ponerse en el papel del padre. La banda izquierda del Madrid ha sido históricamente una zona cero para el rival, un lugar de culto como The Cavern; los mejores minutos de los galácticos los dieron allí Roberto Carlos, Solari y Zidane. La derecha, desde Míchel, sólo tuvo intermitencias extravagantes y temporadas sueltas a pierna cambiada: Robben antes, ahora Di María. ¿También Gareth Bale? Podría decirse que si el club no se fijó en que tenía una hernia de qué manera va a saber si es zurdo. A lo mejor ni siquiera es Bale. ¡Lo mismo ficharon al doble de Nicholas Cage aquel del palco!

Bale salió a jugar contra el Málaga en unos minutos extraños que tradicionalmente se han consagrado al contragolpe pero que el sábado tuvieron consistencia ofensiva, como si los delanteros del Madrid concertasen algo personal contra Caballero, cuando en realidad sucedía lo contrario. El portero arruinó una goleada que venía precedida por el tamborreo detrás de Khedira e Illarra. Hay algo en el vasco que somatiza al rival y embauca el juego del Madrid dándole un orden mecánico. Cuando sonríe tiene un aire a ese chico, Sean William Scott, que hizo American Pie; una cierta picaresca que luego con el balón deviene en formalismo y pudor, como si no quisiese acostarse con la madre de nadie. Defensivamente tiene la virtud de esos mediocentros que son en sí mismos laberintos administrativos en los que se desquicia el turista; un vuelva usted mañana dirigido al rival. En el rigor mortis del Málaga en ataque tuvieron que ver él y Khedira, que se puso a desembarcar en el área como en Omaha. Saldría después Modric, la esperanza artística a la espera de que vuelva Isco del recreo. Los dos comparten virtud dadaísta: juegan, en el centro, a pierna cambiada.